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INDÍGENA-AFRODESCENDIENTE

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Fotografía de y tomada por Arcelia Cruz Maya

Mis ojos negros rasgados y mi cabello negro crespo son testimonio de mis orígenes. De mis ancestros africanos, que llegaron a la costa de Oaxaca, heredé mi piel morena, color de la arena del mar. A los indígenas zapotecos les robé sus labios gruesos y unos pómulos triangulares que se mueven sin control cuando me río.

 

                Lo que hoy para mí es un orgullo, en mi niñez me daba vergüenza

       

Quería ser otra

                                                       

Todo empezó en el hogar, con la familia

 

Las primeras comparaciones por mis rasgos las escuché en el patio de mi casa en Miahuatlán, Oaxaca. Recuerdo que mi madre era la que analizaba los ojos, el tono de piel, el tipo de cabello y hasta el tamaño de las pantorrillas de sus siete hijas. En sus críticas no solamente aparecíamos nosotras, sino que también incluía a mi padre, de quien heredé mis rasgos indígenas y africanos.

 

“Ustedes están bien prietas”, “esos ojos de pulga pedorra”, “tienen las patas de chigüiro”, fueron varias frases que mi madre repetía cuando nos regañaba. Ella es “güerita”, de ojos claros y cabello negro crespo. La mayoría de su familia es de tez blanca.

En la universidad

Las burlas por reconocerme como indígena, vestir con blusas típicas y huaraches se dieron en la capital de Oaxaca, donde emigré a estudiar la Licenciatura de Comunicación en la Universidad Mesoamericana. Un día durante una exposición, César, uno de mis compañeros, dijo que en esta clase alguien se parecía a la India María (comediante mexicana, quien representaba el prototipo de una indígena) y le olían los pies, por usar huaraches. En ese momento algunos de mis compañeros voltearon a verme y se comenzaron a reír

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Fragmento de Fotografía: Claudia Piccone

Salí de esa clase llorando

Los insultos continuaron semestres después. En una discusión con una compañera por una tarea, César intervino y me gritó “¡cállate pinche india!”. En ese momento lo fui a reportar con el coordinador de la carrera, quien aseguró que le llamaría la atención.

 

 

En el Metro

Vivo en la Ciudad de México desde el año 2011, y recuerdo que un lunes por la mañana abordé dicho transporte del sistema colectivo. Yo vestía una blusa típica, de las que llevan flores bordadas. El vagón donde me subí estaba lleno de usuarios. Al querer anticipar mi parada, me paré junto a la puerta. Entre la multitud, una mujer, que no pasaba de los 30 años, me empujó y dijo: “¡quítate pinche india!”. En ese momento, le respondí: “aguanta tú, francesa” y comencé a reír.

 

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En el trabajo

En 2016, uno de mis jefes del periódico Reforma se reunió conmigo para platicar sobre los temas especiales que investigaba como reportera. Durante la charla me explicó que en la redacción algunos reporteros cumplían ciertos roles, para él desde su mirada mi caso era:

“Tú estás en el periódico por tu bajo perfil.

Llegas a un lugar y nadie se da cuenta que eres reportera”, comentó.

 

En ese momento no contesté nada, pero después reflexioné sobre sus palabras y descubrí que mi aspecto físico, al igual que mi imagen, definían las fuentes informativas que me asignaban.  Durante 6 años que laboré para este diario, la mayoría de mis coberturas fueron sobre protestas de campesinos y maestros disidentes de Oaxaca.

 

 

“La verdad nos hará libres”, Juan 8: 32.

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