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Durante varios siglos, las comunidades afrodescendientes han sido objeto de cualquier tipo de violencia y discriminación por la forma en la que portan sus cabellos. Lo que no saben muchas personas es que este tipo de cabello guarda un gran significado en la historia de la humanidad, dado que este no solo hace parte de una identidad cultural, sino que, además, representa un símbolo de resistencia y de lucha por la igualdad.

La historia del cabello negro y afro comienza en las antiguas civilizaciones africanas. En estos grupos, el cabello jugó un rol muy importante en el estatus y la identidad negra. Esto debido a que, con el cabello de una persona se podía conocer su etnia, rango social, edad, estado marital, riqueza, fertilidad, entre otros aspectos. 

Posteriormente, durante la época de la Colonización en América, los europeos empezaron a secuestrar a las poblaciones africanas para después comercializarlas, de modo que, sus costumbres y tradiciones, en relación a los peinados se fueron perdiendo, debido que las autoridades coloniales decidieron minimizar su belleza afeitándoles la cabeza. Esto con la finalidad de hacerles perder su identidad cultural, para poder ejercer control sobre los mismos.

 

En consecuencia, en dicha época, también se impuso el estándar de belleza eurocéntrico. En este se dictaminó que los rasgos faciales, la tonalidad de piel clara y especialmente, el cabello liso, eran mucho más atractivos en comparación de la tez oscura con cabello afro y rizado.

Sin embargo, y pese a estas imposiciones de poder hegemónico blanco, las africanas se las ingeniaron para comunicarse entre ellas y rebelarse ante la cultura colonial que las violentaba, al utilizar su cabello como un elemento comunicativo, ya que, a través de este, las mujeres que regresaban de sus labores en el campo, peinaban a sus hijas con peculiares “tropas” (trenzas pegadas al cuero cabelludo) que en realidad representaban las rutas por las cuales sus maridos o familiares podrían escaparse (Palacios, 2020). Asimismo, aquellas mujeres que trabajaban en las minas de oro, usaban sus cabellos para ocultar restos de piedras de oro y, con el tiempo poder pagar su libertad y la de sus familiares. Otras, ocultaban semillas de comida en su cabello, pues sabían que podrían ser secuestradas en cualquier momento, para luego ser llevadas al Continente Americano; así llevaron varias semillas como sustento durante el difícil traslado en los barcos.

el cabello como un

elemento

COMUNICATIVO

Fotografía de Erick Fernández

Fotografía de Claudia y Camila Piccone

Fotografía de Erick Fernández

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Fotografía de Sara Valentina García

Estas formas de discriminación, pueden explicarse desde varias vertientes, una de ellas está asociada con el hecho de que las raíces africanas aún continúan sin estar reconocidas, en su totalidad, por ambos Estados y a su vez en el ámbito académico. Ejemplo de lo anterior, puede evidenciarse en la literatura clásica sobre las negritudes, misma que expone que, la historia de las descendencias negras en los territorios mexicano y colombiano, prácticamente han sido invisibilizadas y olvidadas; incluso los textos que hablan históricamente de la presencia negra en el campo o en la ciudad -si es que se habla de ella-, está marcada con un discurso negativo que se transfirió con el paso del tiempo en las distintas regiones de ambas latitudes, debido a lo cual, el aspecto del cabello afro se ha  asociado generalmente con lo malo, lo dañado y lo enfermo.

 

Otra de las formas de discriminación del “pelo afro”, se da en los procesos de socialización de la infancia, al marcar las formas de verse y mostrarse al público: en el ámbito familiar se ejemplifica que la madre en muchas ocasiones le transmite a su pequeña hija de piel negra, la idea de que la feminidad está en sus cabellos, por lo cual debe pasar por dolorosos peinados para que ella pueda lucir más “organizada y bonita”, de lo contrario, si deja su cabello negro y afro libre, se verá “descuidada y fea”. Actualmente este hecho ha incidido fuertemente en las decisiones de las niñas, quienes hoy por un lado aceptan su cabello natural -para evitarse dolores innecesarios en constantes tirones de cabello- aunque después se someten a la picazón y el maltrato con productos químicos -en su mayoría costosos- con los cuales alacian y/o aclaran sus negras y afros cabelleras, con lo que refuerzan la ideología hegemónica de la belleza occidental; en palabras de la pensadora Palacios:

 

Para ser más específicos, la relación del cabello afro es de dificultad, negación, dolor y esfuerzo para “normalizar” (…) dentro de una cultura que niega la existencia de la diversidad de los cuerpos, exige, por el contrario, la homogeneización formada a través del poder sugestivo y la coerción en donde se da otro proceso de esclavización de las mujeres negras hacia los productos cosméticos y los químicos (Palacios, 2020, p. 13).

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Fotografía de Claudia y Camila Piccone

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El cabello como
acto
comunicativo

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A finales del siglo XVIII, en Luisiana, Estados Unidos, se aprobó la “ley Tignon”, la cual exigía, por un lado, a las mujeres negras recogerse su cabello para verse más recatadas. Por otro, las obligaba a utilizar turbantes para esconder su belleza, dado que, de esa manera, estas no podrían seducir a los maridos de las mujeres blancas. Dichos ordenamientos, se convertirían en la principal vía para despojar a las mujeres negras de su individualidad e identidad durante varios siglos.

A tono con la actualidad, la discriminación del cabello afro en mujeres negras no ha cambiado mucho, debido a que, en las distintas culturas se han ido replicando diferentes imágenes, anuncios publicitarios, estereotipos y microagresiones que invaden sus espacios personales. Esto las ha llevado adoptar distintas medidas como: cortar su cabello, alisarlo y esconderlo bajo extensiones. Todo esto, para alcanzar el prototipo de belleza asociado con el cabello liso, a la blancura o al mestizaje. Algunas de estas realidades son vividas por mujeres afrodescendientes en países como México y Colombia (último espacio donde radica la autora de este texto) en los cuales se “oculta” el racismo e ignoran las diferencias del multiculturalismo y las consignas de la equidad y la igualdad de género. Poseer un cabello rizado natural, al ser afromexicana o afrocolombiana en las mencionadas naciones, es un verdadero motivo para ser señalada y discriminada, ya que se considera que tener este tipo de cabello no es apropiado culturalmente o se considera poco profesional portarlo de tal manera a nivel laboral.

De igual modo, instituciones como los centros educativos, los medios de comunicación, entre otros, crean y reproducen representaciones de lo que es y significa el mundo social (Hall, 2010); en este caso, la representación del cabello afro (comúnmente conocido  en Colombia como “pelo malo”, “pelo maldito” o  “pelo rucho”), no anima en lo absoluto a las mujeres afrocolombianas a preservar su cabello tal cual, sino que más bien, las conduce a olvidarse de la significación subversiva y libertaria que tiene el mismo.

 

En razón a lo anterior, es indispensable que las sociedades mexicanas y colombianas empiecen a contemplar la decolonialización y las acciones de resistencia como verdaderas alternativas para crear nuevos discursos sobre la identidad cultural y las estéticas afro, como actos de fortaleza, que reivindican la belleza negra. Asimismo, es necesario que las mexicanas y colombianas tomen conciencia sobre la violencia y discriminación que viven a diario las negritudes por tener un cabello que, a la vez, siente, se expresa y decide por sí mismo, es decir, forma parte de una política que va más allá de un simple rasgo físico.

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