top of page
SNCNM.jpg

Afromexicana

SNPANTONE.jpg

La negritud y lo que me representa la entendí en la adultez. Nací y crecí en una comunidad en la que ser negra es natural y “normal”, tanto que muchas veces no es tema de conversación, como tampoco se cuestiona si esta ancestría es documentada, ni sea representada -de manera digna- en los libros de texto.

La Costa Chica de Guerrero es la cuna de la lucha de los derechos humanos de los colectivos negros. Desde ahí se gestó la organización de la comunidad negra para ser visibilizada y reconocida con orgullo en México. Desde ese sitio, el sacerdote Glyn Jemmont aportó su visión para que la colectividad negra enfocara su lucha a las garantías individuales. En cambio, en la Costa Grande de este mismo Estado, este movimiento se encuentra debilitado. Ahí, en ese contexto, crecí yo.

Viví como una negra, sin saberlo. Por eso, la negritud me llegó como una otredad incomprendida que invisibilizaba, en muchas esferas, la presencia de mis ancestras y ancestros. Asimismo, llegó aderezada de pobreza y menos oportunidades, solo por nacer en una comunidad afrodescendiente.

Años más tarde, llegué a la Ciudad de México, donde otras personas dieron cuenta de mi otredad. Sí, en esta parte del país, que es catalogada como de vanguardia, me veían más como una foránea.

Mi negritud atrajo comentarios como: “¿Usted no es de aquí, verdad? Ah pensé que era cubana (dominicana o cualquier otra nacionalidad con presencia negra)”; ese “extranjerismo” que los otros repetían ante mi presencia, al principio lo sentí molesto y respondía con firmeza: “¡Soy muy mexicana!”. Bajo estas críticas sobre mi aspecto negro, tuve el deseo de tener el cabello lacio, ya que, los rizos no encajaban en los estándares de la belleza citadina. Jugué con muñecas de cabelleras lacias y rubias, sin embargo, solo tuve una muñeca de trapo con tono de piel oscuro y no era doctora, vestía como una encargada de las labores “domésticas”, así como un turbante y un vestido rojo con bolitas blancas.

... solo tuve una muñeca de trapo con tono de piel oscuro

negrita_muñeca.jpg

Imagen tomada de  pinterest

En la “gran Ciudad”, la negritud se manifestó nuevamente al no encontrar quién me cortara el cabello, y no faltaron frases como: “¡Qué lindo pelo, así lo quisiera tener!”. El comentario más sonado era: “…pero qué pelo tan complicado de cortarlo, tienes mucho, pareces borrega”.

Viví en Acapulco, donde al ser negra las puertas de espacios reservados a ciertos colores de piel -definitivamente los más claros- y, al contrario, en la Ciudad de México tuve libre acceso a espacios privados por parecer extranjera, y eso era lo aceptable.

Fui hipersexualizada corporalmente, porque los referentes de las mujeres negras en los medios televisivos, son aquellas modelos exuberantes quienes son objeto de deseo. Los estereotipos se imponen sobre todos los cuerpos, aún sin desearlo.

juls2_edited.jpg

Ahora ¿cómo vivo la negritud? Aprendí a reconciliarme con ella. Ahora, la abrazo con todo lo que viene, que incluye todavía, los episodios de incomodidad como cuando en aeropuertos fronterizos debo mostrar mi pasaporte mexicano y explicar de dónde soy; además, hoy la porto orgullosa porque entendí quien soy, a través de las pieles oscuras que siempre han estado aquí; lo que despertó un profundo y respetado autoconocimiento.

En ser negra encuentro identidad, orgullo y resistencia así como el hallazgo de nuevas personas aliadas en este camino; porque la negritud reconciliada nos une, y entenderla ha enseñado a cuestionar demasiadas miradas colonialistas, incluso, las propias. Por eso, me enuncio como una mujer color negra mexicana y desde una postura más política: AFROMEXICANA.

Image by Shoeib Abolhassani
simona.jpg

Desgraciadamente, no todas las mujeres negras tienen los privilegios u oportunidades con los que cuento actualmente; la lucha continúa en distintos aspectos para extenderlos a más mujeres con esta ancestría. Estoy convencida que muchas se han quedado en el camino por diversos factores, como la brecha de desigualdad, que ha impedido que sus voces sean escuchadas. He ganado el lugar en el que estoy gracias a otras mujeres que, generaciones atrás, abrieron camino y empezaron a incomodar a la hegemonía blanca, con la exigencia de sus derechos y de ser tratadas de manera digna. Espero que las siguientes generaciones puedan llegar a nuevas plataformas y expresar desde su propia voz, lo que significa ser una mujer negra en México, para que haya más eco y suene ese reclamo de justicia social y de existencia.

Fotografía tomada por Vanessa Villa Zevallos Rodríguez: Simona Raquel Santiago Maganda

bottom of page